Disfrutó de enorme popularidad, del amor de las mujeres, de la admiración de
los hombres y del caprichoso afecto de los artistas, sobre todo de la Generación
del 27.
Cuando murió, tras una cornada en la plaza de Manzanares, su memoria fue
glosada por Miguel Hernández, Rafael Alberti -que hizo el paseíllo en su
cuadrilla- y otros grandes poetas, pero el que ganó la partida fue García Lorca,
cuyo Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías es quizás su obra
más redonda, para muchos la mejor elegía en nuestra lengua desde las Coplas de
Jorge Manrique.
Nació el 6 de junio de 1891, en la sevillanísima Calle de la Palma. Era hijo
de un médico acomodado y adusto que se empeñó en que siguiera sus pasos, pero
nunca llegó a estudiar Medicina, ni siquiera a terminar el Bachillerato cuando
le correspondía. Lo hizo en un solo examen y de todas las asignaturas, cuando
ya era mayor. Mientras tanto, en los Escolapios hacía novillos y se iba al
Arenal a jugar a los toros con otros críos, entre ellos, José Gómez, llamado a
ser unos años después, con el sobrenombre de Joselito, el torero más grande de
todos los tiempos y, sin duda, el hombre más influyente en la vida de Ignacio
Sánchez.
A los 17 años se embarcó con otro mozalbete como polizón en un barco a Nueva
York. Detenidos en la aduana, la policía los tomó por anarquistas dinamiteros,
pero su hermano Aurelio, que vivía en México, consiguió rescatarlos. Ignacio
comenzó a trabajar en Veracruz, pero se acordaba de cuando jugaba al toro en el
Arenal, junto a la Torre del Oro, y se estrenó como banderillero, en Morelia,
en 1910. Se presentó en Madrid en septiembre de 1913, y el 21 de junio del año
siguiente en su Sevilla. Al entrar a matar recibió una cornada terrofírica, que
le partió la femoral. Si no murió fue por su juventud y su excepcional
fortaleza física, pero el percance y sus secuelas lo alejaron por unos años de
llegar a ser matador de toros.
Siguió como banderillero
superior por los adentros. Lo fue de Belmonte, de Rafael Gómez "El
Gallo" y, por fin, del menor, y sin embargo mayor, de "los
Gallos", su amigo de la infancia Joselito, con el que había
emparentado en 1915 al casarse con Lola Gómez Ortega. En los tres años
siguientes se consagró en la cuadrilla de Joselito como el primer banderillero
español, con permiso de su cuñado, excepcional también con los garapullos. Es
un lugar común que la técnica de Joselito como lidiador es la más perfecta que
se ha conocido. Y en esa escuela se formó, como matador, Ignacio Sánchez
Mejías.
En 1919 tomó la alternativa en Barcelona de manos de Joselito y con Belmonte
de testigo. La confirmó en Madrid al año siguiente, en abril, ya bajo los
signos de su carrera toda: muy técnico, muy valiente, muy popular, con fama de
antipático o favorecido por su cuñado y capaz de entusiasmar a cualquier
público con su valor y su arrogancia. Contrató para 1920 más de un centenar de
corridas y sólo dos cornadas le impidieron alcanzarlas. Pero antes le esperaba Talavera.
El 16 de mayo alternaba allí con Joselito cuando el toro Bailaor le pegó a su
cuñado un cornalón imprevisto. Mientras lo llevaban a la enfermería, Ignacio
mató al toro. Al terminar la lidia, cuando entró a ver al herido, era ya
cadáver. Lo veló esa noche y lo lloró siempre. La fotografía de Ignacio
abrumado por el dolor, sosteniendo con una mano abierta la cara mientras con la
otra acaricia la cabeza de Joselito yacente, tranquilo ya en su gloria, es
quizás la más emocionante de la historia de la Tauromaquia.
Algo así, como el recuerdo de José, buscó y lo encontró Ignacio en la novia
del torero muerto, Encarnación López, "La Argentinita". Era una mujer
inteligente, atractiva, folclorista excepcional y gran bailarina, como su
hermana Pilar. Aunque Ignacio tuvo amores abundantes, tempestuosos y
anecdóticos, como aquél de México en que un marido lo pilló en la cama con su
legítima y salió a tiro limpio de la casa, sólo por Encarnación llegó a
abandonar a Lola: la hermana por la novia.
En 1925 su relación se hizo oficial, pero ya duraba tiempo. Los dos eran
famosos, ricos, inteligentes, guapos y, encima, se querían. Como no había
divorcio pero sí dos hijos y él los adoraba, se instaló en una alcoba aparte en
su finca de Pino Montano y siguió haciendo vida familiar. En Madrid tenía
habitación en el Palace, aunque vivía en casa de La Argentinita.
Por ella se hizo muy amigo de García Lorca, que le había musicado "Los
cuatro muleros" y otras piezas populares. Por ella conoció a grandes
músicos como Manuel de Falla, y trató a los amigos de Lorca: Guillén, Alberti,
Bergamín, Dámaso Alonso, Gerardo Diego...
En 1923 no toreó. En 1924, tras recobrar su cartel, se enfrentó a los
empresarios taurinos, que llegaron a un acuerdo para no pagar a ninguna figura
más de 7.000 pesetas. Ignacio defendía el libre mercado, la ley de la oferta y
la demanda, con la vida de por medio. En represalia, lo quitaron de la Feria de
Sevilla en 1925. Pero él, de acuerdo con el matador, se tiró como espontáneo,
impecablemente vestido, y le puso tres pares excepcionales a un Santa Coloma.
El público lo aclamó pero los empresarios azuzaron contra él a los críticos
venales, que eran casi todos.
·
Pero en 1934 volvió a los toros. Antes había tenido un tórrido romance con la
hispanista francesa Marcelle Auclair, a la que conoció en casa de Jorge Guillén.
El flechazo fue tan claro que Lorca quiso llevársela, porque estaba convencido
de que La Argentinita los iba a matar a los dos. Ignacio la siguió a París, se
topó con el marido, ella se asustó y no llegó a comprometerse. Volvió al año siguiente,
a tiempo para verlo torear y triunfar en Santander. La historia no continúo
porque a Ignacio le esperaba ya su destino, seguramente el que buscaba.
Domingo Ortega tuvo un accidente de coche y su apoderado, Dominguín, le
pidió que lo sustituyera en Manzanares, el 11 de agosto. Le venía muy mal, pero
como los toros eran grandes no quiso que pareciese que los huía. Se quedó sin
coche, sin hotel, sin cuadrilla. Por primera vez en su vida acudió al sorteo y
sacó él mismo las dos papeletas con los números de los toros de Ayala que le
correspondían. El primero,
número 16, Granadino, manso, astifino y badanudo, lo cogió junto al estribo. El
se agarró a los cuernos y llegó hasta los medios con el asta dentro, dirigiendo
el quite de Alfredito Corrochano. No quiso que lo operaran en la mísera
enfermería y pidió volver a Madrid, pero la ambulancia tardó varias horas y el
viaje fue muy malo. A los dos días se declaró la gangrena. Murió, sufriendo y
delirando, en la mañana del 13.
Wikipedia
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